¿QUIEN FUE JUAN DEL TORO?

Ezequiel Hernández Lugo.

Cronista de la Ciudad de Lagos de Moreno.

En los viejos caminos de Lagos de Moreno a San Luis Potosí; y más en aquellos que de la población de Ojuelos de Jalisco nos llevan a la Sierra que se interna en Zacatecas, por el rumbo de Pinos, muy pocas son las personas que cuentan el relato de Juan del Toro; más bien la mayoría lo callan. Su recuerdo se ha convertido en hermosa leyenda.

Sucedió precisamente allá en San José de Ojuelos a principios del último tercio del Siglo XIX. Eran los años de conflictos que los vecinos de aquellas tierras tuvieron que sortear, por las limitancias entre los estados de Zacatecas y Jalisco. De manera fortuita el poblado cargaba en su historia que el señalamiento limítrofe entre ambas entidades era una de sus calles. Gran parte del caserío pertenecía a Jalisco y la otra, la mínima, a Zacatecas. El problema se agudizó cuando el Congreso del Estado de Zacatecas eleva a la categoría de municipio su parte del poblado de Ojuelos, cuya extensión era menor a la que  pertenecía a Jalisco. ¡En qué conflicto estuvo el vecindario! Mientras una minoría con el señalamiento y facultades de Municipio otorgadas por el Gobierno Zacatecano, daban solución a la problemática que se les presentara; la parte de la población que pertenecía a Jalisco, que era la mayor, quedaba reducida tan solo a Comisaría Municipal y tenían que trasladarse hasta la ciudad de Lagos de Moreno a dar solución a los problemas y acontecimientos. Horas extras tuvieron que trabajar las Comisiones de ambos Congresos para liquidar pronto estos engorrosos asuntos, que terminaron con el intercambio de terrenos que hubo entre los dos Estados.

El Estado de Jalisco cedió al Estado de Zacatecas tierras pertenecientes en el Municipio de Santa María de los Ángeles; a su vez, el Estado de Zacatecas cedía las tierras que tenía en la población de San José de los Ojuelos; naciendo así, el 23 de septiembre de 1873 el Municipio de Ojuelos, que desde ese momento se le agregó el señalativo “De Jalisco”, para borrar de una vez por todas, que esas tierras ya no eran del Estado de Zacatecas. 

Entre los más inquietos vecinos forjadores de la municipalidad de Ojuelos estaban, D. Domingo Macías y el Señor Cura D. Luis G. Maciel, interesante personaje que los agradecidos ojuelenses consideran en justicia, su “Benefactor” y a quien recuerdan con artístico busto enclavado en céntrico lugar.

Fue en estas fechas, según los díceres de los antiguos habitantes, que comenzó a inquietar los caminos del rumbo la gavilla capitaneada por Juan del Toro; escurridizo malhechor seguido por tres o cuatro secuaces.

Quienes mejor conocen la historia son los vecinos de Matancillas. Ahí fue donde me la contaron un día que visitaba las haciendas que en un tiempo formaron parte del extenso Mayorazgo de Ciénega de Mata. La extensión de Matancillas era de 32,271 hectáreas de las cuales, tan solo 513 eran de labor de temporal. En sus potreros pastoreaban ganado vacuno y caprino. Tenía tres aguajes: la Presa del Joconostle, el Tanque Nuevo y el Tanque de San Rafael. Sus construcciones eran: La Casa Grande, la Casa de Diego Prieto el Mayordomo, la Casa del Cajero y 41 casas más para los peones.

Cuando D. José María Rincón Gallardo decidió desvincular el Mayorazgo el año 1862 y repartir las tierras y haciendas entre sus hijos, la hacienda de Matancillas y el rancho de Encinillas pasaron a ser propiedad de Da. Rosa Rincón Gallardo y Villamil, hija de D. José María Rincón Gallardo y su primera esposa, Da. Paz Villamil. D. José María, nacido el año de 1802, era el Primogénito del Coronel del Regimiento de Dragones Provinciales de San Carlos, D. Manuel José Rincón Gallardo, fallecido en Plena Guerra de Independencia el 5 de julio de 1816 en la Toma de Cuautla.

Con el correr de los años, la Hacienda de Matancillas pasó a otros dueños hasta llegar a ser propiedad de D. José C. Madrazo. Con la euforia del “Reparto de Tierras”, se convierte en Ejido por Decreto Presidencial del 13 de julio de 1939. Además de suficientes hectáreas de pastoreo, fueron dotados con 92 hectáreas de riego y los terrenos de Merinales. En mis archivos conservo un enlistado de 267 beneficiados; entre ellos, Julián Martínez, Pedro de Alba, Antonio Moreno, Pedro Moreno, Francisco Cardona, Ramón vela, Antonio Díaz y muchos más.

Aquí fue donde escuché este relato que me gustó y ahora, se los cuento a ustedes. Nadie supo quién era Juan del Toro, ni de dónde había llegado; lo cierto es que un día apareció en el poblado y tomó como madriguera el Cerro del Toro y que luego de muchos años llamarían Cerro de Juan del Toro. Por las fechas del nacimiento de Ojuelos vieron cabalgar a un misterioso y solitario jinete por los caminos que van a Lagos, a Zacatecas, Aguascalientes, San Felipe y sobre todo, por el camino que traía las conductas de Pinos, Zacatecas.

Asaltaba, pero no mataba a nadie; y luego de cualquier atraco, desaparecía y nadie volvía a saber de él. Esto hacía que las autoridades, no obstante y las denuncias hechas por quienes resultaban víctimas del asaltante misterioso, se empolvaran en los archivos y las olvidaran; hasta que un nuevo atraco llamaba la atención. Un día cayó en la Hacienda del Tecuán y por el Camino a la Trinidad, embozado tras unos órganos, pacientemente esperó que pasara la carretela que conducía los pagos de arrendamiento de algunas rancherías. Luego de despojarlos de sus caudales, en paños menores los dejó bien amarrados bajo unas mezquiteras,  mientras él se perdía por el Camino rumbo al Puesto.

En otra ocasión, el informante que tenía en Pinos, le hace referencia de fuerte cargamento en barras de oro y monedas con destino a la Ciudad de México. Ya para estas fechas, Juan del Toro traía cuatro secuaces y planean que el asalto fuese en El Chilarillo. Muy temprano el día del asalto, Juan, El Tuerto, José y Martín se reúnen en Matancillas. Se esconden tras unos jarales y luego de interceptar  la diligencia, Juan del Toro, Martín y José se llevan a distancia a los detenidos para dejarlos amarrados bajo un álamo; “El Tuerto” sube y revisa que venga la esperada carga. Entonces, descubre escondida en el carruaje, a una señora rica que luce envidiable camafeo. “El Tuerto” al quitárselo, la mata. Nadie se dio cuenta del asesinato. Se llevan la diligencia y luego de sacar el oro y las monedas, van a esconderlo a la cueva del Cerro del Toro. Juan ordenó dispersarse por una temporada para no despertar sospechas; luego los llamaría para repartir el botín. 

Pasado buen tiempo, a través del Tuerto manda llamar a los demás. Juan del Toro los recrimina, porque se da cuenta que planean traicionarlo. Quieren acabar con él para quedarse con el producto de sus latrocinios. Comienzan a discutir y pelearse entre sí. Juan del Toro les tenía ordenado el evitar las muertes y en ese momento, Martín le reclama al “Tuerto” el asesinato de la ancianita del Camino del Chilarillo. Juan del Toro se esconde en la cueva, mientras sus compinches se matan entre sí. Días más tarde los vecinos del Cerro del Toro, guiados por los zopilotes, encuentran muertos a los asalta-caminos; menos a Juan del Toro quien desapareció misteriosamente de la región.

Los antiguos ojuelenses platicaban a sus familiares que el Señor Cura Maciel, en esos mismos años, de cuando en cuando desaparecía de su curato y cuando regresaba, lo hacía con bastante dinero que luego invertía en las obras del naciente Municipio.

Nadie sabe dónde y cuándo falleció el Señor Cura Maciel. Decían que el Señor Obispo D. Pedro Loza y Pardavé lo había llamado a Guadalajara y allá había muerto. Lo cierto es, que esta historia de Juan del Toro, muy pocos la cuentan y los más, la callan. La recuerdan cuando a lo lejos ven erguido el Cerro del Toro y se imaginan una misteriosa cueva que guarda un gran tesoro. Hay quienes ya lo llaman: El Cerro de Juan del Toro. El que me lo crean o no, poco me importa. Así me lo contaron en Matancillas y así se los cuento a ustedes.                                

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *